martes, 6 de julio de 2010

El Metro. Grandote, Rapidote y Limpiote...


Ayer fue un día en especial en el que me hubiera gustado ser amigo del injustamente llamado "ASESINO DE BALDERAS". 

Salía de mi oficina a eso de las 10 de la noche tras una jornada en que (como es común) tuve que resolver hasta el más ridículo detalle (eso incluye supervisar que se cambiaran las cafeteras).

Tras de los entintados cristales que me separan del mundo real por un espacio de 11 a 14 horas (no me refiero de 11 a.m. a 2 p.m.) todos los días, no me fue posible percatarme de que en el exterior, llovía torrencialmente y la Ciudad de la Esperanza (JA) estaba completa y deshonrosamente desquiciada.

Al cruzar la puerta, bastó con asomar la nariz al exterior para lucir como si me hubieran vaciado un balde de agua.

Tláloc me odia, eso es seguro.

Tras recorrer media cuadra con rumbo a la estación del metro, entré hecho una sopa a un hervidero de gente en la misma situación que yo que luchaba por accesar a los vagones entre humores corporales, sueños rotos y chingadazos desesperados.

Yo solo entré haciendo gala de mi astucia (me esperé 3 trenes) y me recargué en el primer hueco que mis inservibles ojos ubicaron.

Mi compañero de aventuras, fue en un lapso de 4 estaciones un variopinto personaje que estaba entre drogado y borracho y se dirigía a mi como si fuéramos antiguos amigos que se encuentran en un convite espléndido. Con mirada perdida me decía: 

¿Tons, vamos a ir a chupar con el Tuta?. 

Mi mal humor era notable, sin embargo intenté no demostrarlo y pretendí seguir su conversación. -Esteeeeee, simón. Pero tengo que ir a otro lado antes, si quieres allá te alcanzo-.

 El individuo debe haberse dado por bien servido porque me dio una palmada y me dijo: ¡Cámara, pasas por un Tonayan! Para después descender del tren en San Antonio Abad.

No le di importancia y seguí en mis cavilaciones al tiempo que hojeaba el especial de la revista "Proceso" sobre el narco.

El operador del mentado metro, debe haber creído que circulaba sobre pavimento, con llantas lisas y sin frenos, puesto que ante el bíblico diluvio al que nos enfrentábamos, era incapaz de aumentar su velocidad y recorría los tramos entre estación y estación a una velocidad de aproximadamente dos kilómetros por hora, frenando estrepitosamente cada vez que llegaba a alguna y permaneciendo en todas por un espacio de 8 minutos más o menos.

Sobra decir que el recorrido que cotidianamente realizo en un tiempo aproximado a los 25 minutos, tomó en ésta fantástica ocasión una hora con cuarenta minutos. Tengo la impresión de que el operador estaba haciendo tiempo para poderse largar en el minuto en que pisara la estación Taxqueña.

Finalmente, al llegar a la ya mencionada estación, descendí entre el mismo hervidero que venía acompañándome desde Reforma (todos los culeros que se subieron, iban al sur) y me dispuse a salir para dirigirme a tomar el camión que me lleva rumbo a casa.

¡¡¡¡¡¡Oh santísimo señor de las almas podridas!!!!!! El aguacero era PEEEEOOORRRRRR en la zona sur de la ciudad.

Comencé mi camino andando entre cataratas y puedo jurar que fui testigo de como el fantasma de "Steve Irwin" sometía a un enorme cocodrilo (muchos dirían que era un CACADRILO) entre el enorme y caudaloso Río Miramontes. Abordé la lancha, perdón, el camión y sin saberlo me dirigí hacia un camino de otra hora, en donde me esperaba la necesidad de tener que cruzar una corriente que me llegaba a las rodillas.

Por supuesto llegando a casa, tuve que bañarme y untarme alcohol por todo el cuerpo. Desafortunadamente no hubo necesidad de beberlo, pues las aguas impúdicas de los ríos urbanos, solo contaminaron mi piel, no mi interior.

Hoy compraré una trajinera...

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